NIPPONIA No. 39 15 de Septiembre de 2006

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En la cocina del restaurante indio Calcuta.

Vivir en Japón

Una figura paternal para los programadores informáticos indios

Jagmohan S. Chandrani

Texto: Takahashi Hidemine
Fotos: Akagi Koichi

japanese

Chandrani (fila de detrás, el segundo por la izquierda) organiza frecuentemente actividades que promueven la interacción entre los indios y los japoneses.

La “Pequeña India”, en el barrio de Nishi Kasai, distrito de Edogawa-ku, Tokio, debe su nombre a la gran cantidad de indios que viven allí. Casi todos son programadores informáticos. Pertenecen a empresas indias de informática, pero diversas corporaciones japonesas los han invitado a trabajar en el país por un máximo de hasta tres años. Los que están casados por lo general traen con ellos a sus esposas.

En los últimos tiempos la India se ha labrado una gran reputación en el campo de la informática, En sus universidades se gradúan muchos ingenieros del máximo nivel de los que hay gran demanda en todo el mundo, incluido –desde luego– el Silicon Valley de Estados Unidos. Japón suavizó en 2001 los requisitos del visado para estos especialistas informáticos, y desde entonces su número en el país ha ido aumentando.

Jagmohan Chandrani, que actualmente tiene 54 años, dirige un pequeño restaurante de comida india y un establecimiento especializado en té, y preside la Asociación India de Edogawa, preocupándose por los recién llegados de la India como lo haría un padre. Ante la pregunta sobre las diferencias culturales entre la India y Japón, contesta: “Para mí es difícil explicarlas porque llevo aquí tanto tiempo que soy prácticamente japonés; o en fin…, así es como me siento”.

Chandrani nació en Calcuta (India), estudió Ciencias Económicas en la Universidad de Delhi, y después se hizo cargo de una empresa comercial dirigida por su padre. Llegó a Japón por primera vez a los 26 años. Anteriormente su empresa había comerciado con Japón en componentes electrónicos. En 1972 el mercado japonés se abrió a la importación de té negro, y Chandrani visitó el país por primera vez para ampliar contactos relacionados con el comercio del té indio.

“En aquella época yo no sabía nada de Japón, salvo que las puertas eran de papel”, sonríe refiriéndose a las puertas corrediza fusuma. “¿Impresiones después de mi llegada? Un índice de delitos muy bajo, gente amable, un sitio agradable para vivir. Mi plan original consistía en quedarme un año, pero al final me he quedado toda la vida”.

Hizo venir a su esposa desde la India, estableció su negocio y su residencia en Nishi Kasai, y le ha ido muy bien en el negocio del té. A partir del año 2001 muchos indios han elegido vivir en su mismo distrito de Tokio porque saben que es una persona con la que se puede contar.

“El primer problema para los recién llegados es la vivienda. En los primeros tiempos yo preparé 20 habitaciones en mi edificio de oficinas, pero poco después ya resultaban insuficientes. Así que pedí a algunas inmobiliarias que buscaran apartamentos para alojar a indios. Otro problema es la comida. Muchos son vegetarianos y no comen carne ni pescado ni siquiera en caldo, lo que hace difícil que puedan comer en un restaurante japonés”.

Entonces Chandrani abrió una pequeña casa de comidas cerca de la empresa, trajo los ingredientes desde la India y comenzó a servir platos de sabores caseros. Lo organizó de modo muy informal y por buena voluntad, sin intención de obtener beneficios, y cualquiera podía incluso entrar en la cocina. “Pero sucedió que algunos vecinos japoneses del barrio quisieron probar aquellas comidas. Entonces transformé el lugar en un restaurante, sólo para comer a mediodía”.

Así surgió su restaurante indio llamado Calcuta. A los japoneses de la zona les gustaron mucho los sabores de los platos y sus precios baratos; hoy son más de la mitad de su clientela. También trabajan en el local algunos japoneses del barrio. Chandrani siempre sirve comida india en todas las fiestas de Nishi Kasai. También alquila todas las primaveras y otoños el centro cívico vecinal durante la celebración de las fiestas indias; es de puertas abiertas, todo el que quiera entrar está invitado.

“Me encanta cuando los niños japoneses me piden pan indio nan (“Nan, kudasai”). A ellos no les parece que la cultura india sea tan diferente de la suya propia. En todas las culturas hay elementos comunes y la gente lo sabe. En el fondo todos compartimos muchas cosas; eso me hace feliz”, dice Chandrani en un japonés fluido.

Quizá el nombre de “Pequeña India” no es el más adecuado para Nishi Kasai. Después de todo el distrito es un crisol donde la India y Japón se funden.

Jagmohan Chandrani también dirige un establecimiento donde vende el té negro de su empresa, el té Shanti. “‘Shanti’ significa ‘contento’ en mi lengua. Elegí el nombre para describir lo que se siente al tomarlo”.


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