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NIPPONIA No.35 15 de Diciembre, 2005
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Superior izquierda: Esta carretera escarpada es para bulldozers que transportan materiales y equipos a la cima. No es para uso de excursionistas.
Inferior izquierda: El lejano edificio del santuario Sengen Taisha en la cumbre. Todo el terreno por encima de la estación octava se considera perteneciente al santuario.
Derecha: El cráter de la cima tiene una profundidad de unos 200 metros y una circunferencia de 2 km.
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Mi escalada a la cumbre comenzó de nuevo cuando el sol ya brillaba, y me parecía que ya estaba casi allí. Pero la subida era mucho más difícil. Cuando miré hacia arriba al principio de la ascensión desde la quinta estación, había pensado que podía ver la cumbre; pero el lugar que veía resultó ser sólo la octava de diez estaciones, a 3.250 metros sobre el nivel del mar. Eso significaba otros 500 metros de altitud por conquistar. Tras la estación octava apareció un paisaje desolado, sin plantas en plena floración ni ningún tipo de vegetación. La ladera era más escarpada, y tanto la lava como las piedras sueltas enlentecían mucho mi marcha.
De hecho, yo peso mucho – casi 100 kg –, y mis piernas comenzaban a quejarse. El sol caía a plomo sin descanso, quemándome la piel. Era difícil respirar y sudaba mucho. Cuando dejé atrás la estación séptima llevaba un litro de agua, pero ahora me la había bebido ya toda. La gente continuaba pasándome en su camino hacia arriba.
El día anterior un sacerdote sintoísta del santuario Sengen me había contado que un anciano –“Sí, tenía 104 años”– había conseguido llegar a la cumbre. El sacerdote, Watanabe Shin, me lo dijo con intención de animarme; pero yo estaba deprimido y desanimado.
En la estación novena compré agua. A 3.460 metros sobre el nivel del mar, el agua es un artículo valioso: una botella de plástico de 500 ml cuesta 500 yenes japoneses (más o menos 3,60 euros). Descansé brevemente, pero a mi alrededor todo parecía haber adquirido un matiz ligeramente amarillo. Un hombre de mediana edad se detuvo un momento y me dijo: “Usted tiene el mal de la montaña. Si va a seguir subiendo, vaya despacio”.
Dos horas después, por fin llegué a mi destino: la puerta torii al santuario Sengen Taisha Okumiya, en la cima del camino de Fujinomiya-guchi (altitud 3.720 metros). La cumbre estaba próxima, a 3.776 metros sobre el nivel del mar.
Los aviones que volaban por encima a la altitud de crucero parecían notablemente grandes. Finalmente ahora tenía la sensación real de estar en el punto más alto de Japón. La tierra, más abajo, estaba oculta por un mar de nubes y el cielo azul por encima parecía extenderse infinitamente.
Fui por detrás del santuario a ver el cráter. Era una inmensa boca abierta, coloreada por grandes franjas de color marrón rojizo, dispuesta a tragarme. Solamente llevaba puesta una camiseta, la temperatura del aire era de 5°C, un frío cortante; se me había secado el sudor y tenía la piel fría. Minutos después, con la cabeza aturdida y los músculos doliéndome más que nunca, di la vuelta desde la cumbre y emprendí tambaleándome el camino de regreso hacia las nubes.
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Cómo Mantener la Belleza del Fuji
para las Generaciones Futuras
Watanabe Shin, sacerdote del santuario Fuji-san Hongu Sengen, dice que su deseo más ferviente es que las laderas del monte Fuji permanezcan bellas para las futuras generaciones. El santuario organiza actividades para la conservación de la naturaleza. A principios de los setenta se observó el aumento del número de escaladores y su basura de plástico. Ahora hay voluntarios que lo limpian todo y mantienen las laderas de la montaña en su estado natural. Watanabe nos da este consejo: “Si usted viene, lo mejor es que beba agua de los manantiales naturales. Entonces apreciará de verdad las bendiciones de la naturaleza”.
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